jueves, 18 de agosto de 2011

Cartas de un cervantista encarcelado






Cartas de un cervantista encarcelado

Daniel Eisenberg


AL ZOILO

Aliquando bonus dormitat Homerus  (Con Quijote II,3 )


Querido colega o antiguo colega, las cartas que siguen las he escrito no sólo con técnica bastante vieja, lápiz y bolígrafo, sino también sin diccionario, sin biblioteca, sin Internet. Mis únicas herramientas han sido dos libros en español. El primero, para el uso de los encarcelados hispanohablantes, de los cuales no he conocido a ninguno hasta la fecha, la traducción de la Biblia por Casiodoro de Reina (1569) revisada por Cipriano de Valera (1602), creo que ambos descendientes de judíos, como Cervantes; el otro es la edición de Don Quijote de mi viejo amigo y compañero de aventuras Tom Lathorp (Madrid 1605, [Valladolid 1604] y 1615 - véase Paco Rico sobre Valladolid, diciembre de 1604).

Así que fácilmente encontrarás errores, referencias equivocadas, confusiones. En fin, lo que salga de mi seco cerebro. Por cada uno de estos errores que me señales por email particular a dbe@nycap.rr.com, estando yo en mi casa, te invito a una copa de vino fino Gran Barquero (soy embajador de los vinos de Montilla para EE.UU.) y, si no estoy allí,  te invito a dos copas, porque también podrás tomar la mía.

        Ahora bien, si estás sin pecado y en tu casa, donde eres señor della, que no la mía, puedes tirarme todas las piedras de que dispongas. ¿No lo autorizó el mismo Señor Jesucristo? No me acuerdo, pero alguien lo dijo.


CARTA PRIMERA

Mis circunstancias

The dogmas of the quiet past are inadequate to the stormy present. / Los dogmas del tranquilo pasado son inadecuados para el tormentoso presente. Abraham Lincoln.

        La celda 116 mide tres metros por cinco; dando cien vueltas se caminaría un kilómetro. El suelo es cemento pintado de azul; los muros, bloques de hormigón enormes y enlucidos de blanco mate, del todo desnudos porque se prohíbe pegar nada a la pared. Hay buena luz fluorescente, aunque no puede apagarse una bombilla: nunca hay total oscuridad para que la ronda pueda verificar cada quince minutos que estoy en la celda, donde debo y sin compañía, lo cual está prohibido por completo aunque evidentemente pasa. Un día vi a un guarda provisto de guantes de goma que llevaba cuidadosamente otro guante en que se veía semen en uno de los dedos. Es evidente que se había usado como condón en el lugar donde yo menos lo hubiera esperado: la cárcel. Eso me impresionó, porque sólo los guardas tienen acceso a los guantes de goma y dicho guante con semen documenta un acto sexual entre guarda e internado, más prohibido todavía.

        Hay una ventana de un metro de alto pero sólo diez centímetros de ancho; aun rompiendo el vidrio no se podría salir. Le da el sol por la mañana y desde ella se ve una parte de los tres kilómetros cuadrados de lo que hará cincuenta años o más habrá sido una granja penal; también una enorme torre de antenas de más de cincuenta metros de alto, con diecisiete unidades de emisión y recepción, pero ninguna de telefonía móvil.

        A los dieciséis años y en mi último año de bachillerato gané por examen nacional una licencia de ingeniero de radio y televisión de segunda clase; puede deducirse mucho de la orientación y dimensiones de una antena. A su pie hay un edificio de ladrillo sin ventanas, con cuatro unidades de aire acondicionado contra el calor de las potentes válvulas de emisión, un generador externo contra los cortes de suministro eléctrico y un tanque grande de propano para alimentarlo.

Es evidente que sirve a muchos organismos gubernamentales además de a la cárcel. Al lado, aunque no se ve, se emplaza la escuela de bomberos y el nuevo refugio de animales domésticos, que tendrá sus propias frecuencias. El estado de Nueva York posee su propia red de comunicaciones para casos de emergencia.

        Demasiados detalles, pero es todo cuanto se ve. Hace un par de días paró una manada de gansos y se alimentó para otro día de vuelo al Sur, huyendo del invierno que ya se acerca.

        En la celda hay un lavabo y un excusado de metal, y un pequeño espejo, también metálico, pero que muy bien pegado a la pared. La cama es una plancha de metal con un colchón de dos centímetros cubierto de goma para limpiarlo fácilmente, con sábanas muy gastadas que se mudan semanalmente y una funda de almohada sin almohada; “son escasas”, dicen los guardas.

        De lo que más sufro físicamente es de frío. Se trata de una celda que hace esquina, con dos muros afuera. Sólo se calienta cuando hace sol. Pedí una manta extra y me dieron dos.

        Estuve en esta cárcel tres días en 2006 y ahora desde el martes 9 de noviembre, por un periodo indeterminado todavía. Meses, seguro; años, esperemos que no, o pocos. Si son años, me mandarán a una prisión estatal.
       
¿Qué hice yo para merecer este encarcelamiento? En mi propia opinión y en la de todos mis amigos con los cuales lo he debatido, muy poco. Sí, hice algo, y aun  “algos”, pero el significado de estos algos es muy discutible. Voy a examinarlo muy por extenso en una de las últimas cartas, en cuanto se haya decidido mi suerte.

        Ahora bien, es posible que algún criticastro con muchas horas libres (los criticones no suelen disponer de  mucho tiempo libre) que sepa manejar los índices de actos judiciales de los Estados Unidos podría dar con el cargo primitivo del cual todo arrancó, pero sería un dato escueto y viejo. Han pasado siete años, cinco abogados, dos esposas, tres casas y varias entidades gubernamentales por medio.

        Aquí iría, si tuviera acceso a una biblioteca, una cita del “Prólogo” al Lazarillo de Tormes, creo, sobre lo que puede sacar cada lector. Algo como “los que no ahondaren tanto les deleite”. Algo así. Lo analiza mi antiguo maestro Francisco Rico.

        Lo que sí os juro, por todo lo más sagrado que tengo, es que no he hecho ningún daño a nadie, sino a mí mismo, e incluso eso es, también, más que discutible.

        Pero, repito, pues malas lenguas no suelen faltar: si alguien quisiera buscar el arranque y difundirlo para ponerme en ridículo o perjudicarme, adelante. Con su pan se lo coma y mal provecho le haga. Triunfaré sobre él (o ella) como Cervantes sobre Avellaneda. Y esto sí lo dijo Cervantes: “La verdad anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua”.



CARTA SEGUNDA.

Tres celdas.

Yo era un tonto y lo he visto me ha hecho dos tontos. Rafael Alberti.


Este libro se escribe de la misma manera que Cervantes los suyos: a mano. Mecanógrafo desde la niñez, nunca he escrito nada así, pero me gusta. La mano se cansa mucho y tengo encallecido el dedo corazón; en cuanto al pensamiento, la lentitud del proceso no me molesta y, al contrario de lo que esperaba, me es menos fatigoso. Por otra parte, sí hallo un inconveniente: la dificultad de refundir o reordenar. Con un ordenador, sabrás, querido lector, se seleccionan bloques de texto y se llevan fácilmente a cualquier lado. Con el manuscrito actual, una revisión a fondo significaría sacar a mano una copia en limpio, tarea nada despreciable. Dudo lo haga.
        Así pues, este libro puede adolecer de fallos de organización, igual que la primera parte de Don Quijote. Hice una lista de las cartas y sus temas, pero la voy cambiando sobre la marcha. El libro es, pues, vivíparo, el término que Unamuno aplicó a Don Quijote, nacido sin conocer su vida.
        Me cambiaron anteayer a una nueva celda, la 111, y entre ambas estuve tres días en la 122. Por la mañana: “Prepara tus cosas, Eisenberg, te mudas”. Eso desorienta, y el tipo que me lo dice no sabe por qué y tampoco quiere detenerse en discusiones.
        Dicho sea de paso, la estructura administrativa de la cárcel es completamente militar. Hay oficiales, sargentos, tenientes y un solo coronel. Se visten de uniformes en diferentes colores. Nos levantamos, comemos y dormimos a las mismas horas. A no ser por restricciones de dieta, todos comemos lo mismo. “Hazlo, no lo discutas” es el estilo de las instrucciones.
        Todas estas celdas están en grupos triples de tres. 114-115-116; 120-121-122; 111-112-113. Ante las puertas hay un área del tamaño de una celda y una puerta exterior que da al área común del bloque A-3. Se puede ver este estilo de arquitectura carcelaria en el programa Lock - Up del canal MSNBC: es el que tiene varias mesas con cuatro sillas y una escalera interior.
        Se permite dejar la puerta interior abierta, duplicando el área a que tengo acceso, por unas horas; nunca durante los tres recuentos formales: 8:00, 16:00 y 24.00, aunque depende del guarda. Cambian cada día: rotan para evitar amistades con los reos. Les está prohibido jugar a las cartas u otro cualquier juego con los reclusos. Sin duda la gerencia (el sheriff) evita amistades de este tipo porque teme introducir drogas, y, sin duda, se introducirían. Me dicen que entran ya de esta manera entre otras. ¡Qué afán tenemos los humanos por drogarnos! Tú, amable lector, ¿no tomas alguna vez café o vino? Quienes realmente no usan droga alguna son los mormones. En cambio, lo que acostumbran ellos históricamente, y hoy también entre sus sectores disidentes, es la poligamia y el casamiento con menores de edad.

II

        Mantener la puerta interior cerrada puede ser un castigo o una protección. En mi caso es una protección innecesaria, pero me sorprende lo duro que es pasar el día sin hablar involuntariamente con nadie. Ayer conversé por la ranura de la puerta con el señor de la 112, un mecánico de camiones preso por conducir borracho ya por tercera vez. Nada tenemos en común fuera de estar aquí, pero contar simplemente nuestras historias, tener alguien con quien conversar, es un enorme alivio. Entiendo mejor el suplicio de la celda de aislamiento y la locura de Cardenio. Hoy estoy a solas más de ocho horas gracias al gilipollas del turno.

        Voy a pedir el traslado a otra sección. Pensé estar a gusto en la 116, con derecho a tener la puerta interior abierta y a hablar con mis vecinos, en general en un silencio que habría encantado a Cervantes. Pero las cosas han cambiado mucho.

        Hace una semana, a las cinco de la mañana, pedí al guardia de la ronda que me vigilara para que no me suicidara. Estaba con mucho estrés, en parte por las circunstancias en que me encontraba y en parte por no poder enviar ninguna carta por falta de papel y estampillas, pero sobre todo porque mi tensión sanguínea había subido hasta un nivel realmente peligroso, 160 / 115 y nadie hacía nada salvo tomármela.

        Esta medida, respaldada al momento por llamadas de mi mujer al abogado y de éste al sheriff, alcanzó resultados realmente impresionantes y gratificadores. A los sesenta segundos entraron dos sargentos, me sacaron casi a la fuerza de la 116 y me llevaron a una celda de observación en el Registro o Recepción. La persona con riesgo de suicidio merece un guarda especial sin otro cometido que vigilarlo. Siguió una explosión de actividad: llamadas múltiples, algunas creo que automáticas, a un grupo de apoyo y tres teléfonos sonando a la vez: ¿quién quiere horas extras? ¿Quién puede cambiar su horario? Aquí está quien más te gusta, el burócrata  profesional etc.

        Resultado de toda esta actividad es que primero vi al enfermero de Psiquiatría a las nueve: su primer cliente del día. Ya figuraba en su lista de consultas por el estrés, pero como posible suicida me subieron a la cabecera de la lista. Él determinó que por la tarde, que es cuando viene, vería al psiquiatra. Me volvieron con vigilancia intensiva en la que sería mi nueva celda, la 122. Sólo me permitieron sacar un libro de mis pertenencias, ya recogidas de la 111, para distraerme. Escogí, de Tocqueville, Los libros en la cárcel; será tema de una carta futura.

        A la una vi al médico y me dobló la dosis de antidepresivo. A las cuatro, al psiquiatra, que cambió del todo mi tratamiento antidepresivo. A fin de cuentas me fue bastante bien: si no estuviera en la cárcel hubiera tenido que pagar sesenta dólares por las consultas y ciento diez por las medicinas y mi seguro unos mil.

        La unidad A-3 de la cual voy a pedir el traslado a la B-2 es la más diversa y menos ruidosa de la cárcel. Allí estamos:
.
1.   Recién llegados pendientes de clasificación. Todo recluso comienza en A-3
2.   Pendientes de traslado a una prisión estatal.
3.   Pendientes de vacante en otra sección de la cárcel.
4.   Gente considerada no apta para entrar en otra sección de la cárcel a causa de su peligrosidad.
5.   Gente en vigilancia intensiva.
6.   Gente que se siente amenazada y pide “custodia protectora”, con la cual se elimina todo contacto con otros encarcelados. Medida innecesaria según reos y guardias, ya que en los 25 años de historia de esta cárcel no ha habido nunca un reo seriamente herido por otro. Yo la pedí, pero la cancelé a los tres días, pues sólo sirvió para subirme el estrés.   

La unidad, como las restantes, posee un área común con ocho mesas para comer y jugar ajedrez, un televisor, butacas de plástico, teléfonos y una barra de gimnasia a casi 3 metros del suelo, para ejercitar los brazos subiéndose a la altura de la barbilla, pero no la usamos mucho. Todos en esta sección nos quedamos en nuestras celdas 23 horas al día por motivos de seguridad; comemos en las celdas, sentados en las camas, por falta de otro lugar. La hora fuera se usa para llamadas, devolver y retirar libros, ducharse, afeitarse, hablar o mirar la tele. La hora fuera posee las características de haber sido por sentencia judicial, que es como se deciden nuestras cosas en este país de leyes.

        Desgraciadamente, uno nunca sabe cuando va a ser la hora fuera; depende de la “población”, que cambia cada día. A veces es para la gente peligrosa toda junta o a veces de uno en uno; los bajo custodia protectora van solos por toda el área. Algunos días mi hora fuera es a las nueve de la mañana; otros, a las ocho de la noche. Es molesto, también para mi mujer, que espera que la llame. No vale preguntar: o no saben, o no lo quieren discutir.
       
Para acabar, en la 122 estaba contentísimo. Es una unidad de tres celdas, una vacía y la otra ocupada por Carter, un joven delincuente que describiré en breve, cuya puerta se mantenía cerrada; hay televisor, teléfono y mesa propias, para evitar que los miembros de esta unidad salieran al área general (aunque a mí me permitieron salir). Pude ver a Jerry Springer todos los días (un reality show bastante sexual, en que cada mujer, incluso del publico, que exhibe sus tetas ante la cámara recibe un premio de 50 dólares)

        Todo esto se vino abajo el Día de acción de gracias cuando, por primera y única vez, comimos todos juntos una razonable colación en las mesas comunes, servidos por los sargentos. Nos dejaron a todos fuera a la vez y muchos vieron un partido de fútbol americano en la tele. Pero se produjo lo que era de esperar, una pelea por una tontada que provocó Jimmy, un tonto analfabeto vendedor de cocaína: todos a la celda y a cumplir a rajatabla toda norma.

        Al siguiente día llegó a la celda vacía Bob, el padrino criminal del Centro, según él mismo. Bob me parecía realmente peligroso, un ser incontrolado que se jactó de su historial criminal y esperaba traslado a una prisión. Para mi protección cerraron la puerta interior. Al día siguiente me cambiaron a la 111 con Jimmy en la 113. Jimmy gritaba y golpeaba la pesada puerta durante horas. Decidí pedir un traslado a otra sección y me pusieron en la B-1. 29-XI-2010.



CARTA TERCERA.

Los libros en la cárcel.

“El regalo de mi alma y el entretenimiento mi vida”, Don Quijote, I, 24
“Un Garcilaso sin comento”, El licenciado Vidriera

Ayer fue la primera nevada; hoy hace un sol agradable. Hay dos camionetas al pie de la torre: están reparando algo.

        No he recibido correo desde el martes pasado 23. El 24 no recibí nada, creo que por ser víspera del Día de acción de gracias, el 25. El viernes 26 fue laborable, pero creo que el encargado de correos de la cárcel hizo puente. Los sábados la oficina postal reparte, pero no en la cárcel.

Esta noche, hacia las nueve, espero recibir varios envíos. Todos los correos y paquetes se abren delante de quien los recibe “sólo para verificar que no contengan contrabando”. Esto es, drogas, armas u objetos duros que podrían servir para confeccionar un arma, comestibles, en fin, cualquier objeto que no sea carta, foto o publicación. Y, en cuanto a publicaciones, tienen que llegar directamente de una librería o editorial; se rechazan las que enseñen a fabricar explosivos, armas o drogas, y aquellas que fomenten actos sexuales irregulares deviant, que es eufemismo antiguo por “actos homosexuales”

        ¡Prohibido fomentar la homosexualidad en la cárcel! Sin comentarios

        Con los cuatros días de gracia que me consiguió mi abogado encargué los siguiente libros en Amazón, que recibí el día siguiente de mi llegada:
       
1.   Behind Bar, una guía de la vida en cárceles y prisiones.
2.   The life of Frederick Douglass, primera autobiografía de un esclavo norteamericano.
3.   y  4: Dos libros sobre temas básicos judíos. Uno es una guía de los textos judíos, el otro una introducción al judaísmo reformado (Reformed Judaism)
4.   Thoreau, Walden, un clásico de la literatura norteamericana que nunca había leído. Me ha impresionado mucho. Es una guía para vivir en simplicidad y felicidad, en un fino inglés latinizante que hoy apenas se usa.(el conocer este libro ha sido uno de los resultados más positivos de mi encarcelamiento).
5.   La Autobiografía de Benjamín Franklin, que tampoco he leído. Franklin fue impresor, escritor, inventor y embajador en Francia, nuestro aliado durante la Revolución.
6.   Alexis de Tocqueville, Democracy en America, el libro más importante escrito nunca sobre los Estados Unidos.
7.   Montesquieu, Ensayos completos. Un libro gordísimo.
8.   Studies in Spanish Literatur in Honor of Daniel Eisenberg, para leer los estudios que no he leído y enviar las morosas cartas de agradecimiento.

Son muchos, pero no iba a tener otra oportunidad de pedirlos y no sabía (ni sé todavía) por cuánto tiempo tendrán que abastecerme.

Entonces llegaron el Quijote de Thomas Lathrop que me regaló por segunda vez (el otro ejemplar está en casa) y el último numero de la revista Cervantes.

Ya son once los libros, y me permiten en la celda hasta seis. Los primeros tres fueron leídos rápidamente y los dejé para la colección de la cárcel. Franklin y Montesquieu (no leídos) y el número de Cervantes (leído lo que más me interesa) los mandé al almacén de bienes de los reclusos.

El New York Times, que me llega cada noche por correo, lo leo la mañana siguiente. No puedo dejarlos acumular, como en casa. De las revistas pedidas antes de entrar, me ha llegado un número de New Yorker, la mejor revista del  país. Este me costó dos días. Y tengo un par de libros de la “Biblioteca” (es un decir) de la cárcel. Three Black Classics. Uno de ellos es Up from Slavery (“Hacia arriba desde la esclavitud”) de Booher T. Washington, un gran educador negro, influyentísimo a finales del siglo XIX, y Padd’inhead Wilson, una obra tardía de Mark Twain, nuestro mejor novelista del XIX.

Sorprende la cultura que revelan a veces estas humildes carretas de libros de la cárcel. Está The professor and the Madman, de Simon Winchester, sobre la elaboración del gran Oxford English Diccionary, que hizo para el inglés lo que el Diccionario de autoridades para el español; Lake Wobegon Days, de Garrison Keillor, la vida de un imaginario pueblo de Minnesota inspirada en un popular programa de radio; es muy de clase media alta. Para mi asombro, Steppenwolf de Hesse y cuatro novelas de Thomas Hardy (1840-1928), cuyas novelas no tenía noticia de que se leyeran fuera de las clases de literatura inglesa.

Las novelas mas recientes se dividen según el género de su protagonista: masculino y femenino; estas últimas abundan más, por ejemplo, Caramelo, de Sandra Cisneros; Cold Comfort Farm, de Stella Gibson. Pero también las hay masculinas: The cider house rules de John Irving, y To dance with the white dog, de Terry Kay. Hay varios libros sobre gangs (grupos de criminales, por lo general jóvenes)

Lo que no he visto hasta ahora es a nadie que lea; evidentemente, alguien está leyendo, porque los libros masculinos van y vienen (de los femeninos no sé, porque las mujeres están en otra sección de la cárcel). Deben leerse en las celdas durante las horas del encierro.

Casi se me olvidó, pues no lo tuve con los otros; es el libro en el cual escribí las cartas y apuntes para este libro y fragmentos de capítulos antes de llegar mi papel. Se trata de las actas de un coloquio sobre Leaves of Grass, de Whitman: Leaves of Grass, The sesquicentennial ensays, 2002. Nunca he entendido a Whitman, de quien se podría decir que es quien más fomentaba la homosexualidad en el siglo XIX, al menos en Estados Unidos, el país de la libertad, como lo llama y llamamos.

Conviene recordar también que Cervantes no tuvo acceso a muchos libros ni tampoco papel en Argel.

No había libreros ni importación regular. Como no había editoriales, no había tampoco fábricas de papel, que era un producto importado desde Egipto o Turquía, y caro. 6-XII-2010.



CARTA CUARTA

Visita a tu caballo

“Yo voy soñando caminos / de la tarde”. Antonio Machado.

A los once años más o menos mi padre compró un caballo para recreo de sus cinco hijos (yo el mayor). Vivíamos en un pueblo de unos dos mil habitantes, Canisteo (Nueva York), en una caravana agrícola, así que era fácil encontrar donde alojarlo. Y vaya si nos divertíamos con el caballo; participé en varias actividades de la comarca, allí donde la gente con caballos se reunía y organizaba competiciones de varios tipos.

También yo, y luego mis hermanos menores, participábamos los veranos en programas de acampada. No sé si existen en Europa. Se trata de un veraneo para niños, casi siempre en las montañas y a veces en un lago con alojamiento y comida rústicos, así como actividades para disfrutar del sano ambiente. Meditándolo ahora, creo que hay muchas más en el montañoso nordeste del país. Son principalmente para niños urbanos, sobre todo los de la ciudad de Nueva York y alrededores.

Las acampadas solían tener un tema: deportes, música, adelgazamiento o ciencias entre otros. El que escogió mi padre era equitación. Nuestro caballo era uno de los contratados, por lo cual mi padre tuvo un descuento en el precio que pagar por mí. Yo no montaba demasiado en nuestro caballo, aunque lo deseaba; cada día le tocaba a uno distinto pero, al anochecer, cuando había tiempo libre, acudía al establo para visitarlo. Le hablaba, lo acariciaba y, si tenía algo o una manzana, se la daba. ¡Cómo le gustaban al caballo estas visitas! Los días que sí me tocaba montarlo, era más manso que nunca.

Después de más de cincuenta años, todavía recuerdo con agrado cómo se burlaban de mí los otros muchachos por estas visitas; supongo que las consideraban poco viriles. “Vete y visita tu caballo”, me decían si querían discutir algo adulto y no querían mi presencia.

Esto lo cuento porque me ha sorprendido, al llegar al nuevo bloque B-1, que el ambiente es el mismo: de muchachos de quince años, de comedor de instituto, con pandillas, mesas a las que sólo podían sentarse los que las “poseían”, chistes infantiles y diversiones como único interés. Y aquí encuentro una hostilidad que no me esperaba ni puedo realmente entender, por parte de una gente que hace muy poco tiempo no había conocido.

No será por mi crimen, pues otro hizo casi lo mismo y no le pasa nada. Otro lleva anillo de desposado, como yo. ¿Por disponer de dinero para comprar zapatos baratos de la tienda oficial, para remplazar las miserables chinelas que facilitan gratis? ¿Por ser el de más edad? ¿Por ser profesor? ¿Por leer mucho y en público? ¿Por estar escribiendo?

No lo sé, ni idea. Hago mi “paseo” de madrugada -muy pocos madrugan- y después me quedo en mi celda, donde leo y escribo el libro que tienes en las manos, amable lector. 8-XI-2010-


CARTA QUINTA.

Sexo, drogas y Cervantes.



Sexo, drogas and Rock’n’roll! era el grito de los años sesenta. No me consta que se atribuya a una persona determinada, como el menos conocido Turn on, tune in, drop out del psicodélico Timothy Leary. No sé hasta qué punto la nueva zarabanda representará una música de rebeldía para Cervantes, y no puedo, en este momento, reunir y estudiar los pasajes en que la menciona.

Pero sí te puedo decir que Cervantes era un autor obsesionado con el sexo, aunque está disfrazado o implícito en las oraciones de los personajes. He discutido ya, en La interpretación cervantina del Quijote, cómo el gran tema de la “Primera parte” de Don Quijote, lo que tienen en común sus materiales diversos, es el afán por dirigir y canalizar la lascivia masculina hacia el casamiento. Así tendrán padres todos los niños y no habrá más mujeres burladas.

Uno de los problemas centrales de los libros de caballerías, según Cervantes, es que aumentaban los deseos lascivos de las mozas con las consecuencias que eran de esperar (no se olvide que en la época se veía a las mujeres como más lascivas que los hombres, al contrario que hoy).

El tema aparece de varias maneras en todas las Novelas ejemplares, en La Galatea y Persiles. De todo ello y los estragos que, según Cervantes, el sexo puede ocasionar hablé en “La supuesta homosexualidad de Cervantes” y “Un tema virgen: Cervantes y la castidad”.

Pero no veo en ninguna parte el sosiego de Cervantes con este estado de cosas. Los demás se divertían, muchos de ellos al menos, y él, actuando moralmente, lo pasaba en ayunas. No creo que Cervantes hiciera el amor con nadie, ni siquiera su esposa, después de salir de Italia a los 28 años. No olvidemos nunca que Cervantes fue quien estrenó el tema del divorcio en la literatura castellana.

Hay un solo lugar en sus obras en el que la lascivia y el sexo fuera del matrimonio carecen de consecuencias negativas: en el Coloquio de los perros. Ahora bien, se trata de viejas feas, pero aun con todo eso lo pasan estupendamente: “Gozamos de los deleites que te dejo de decir, por ser tales que la memoria se escandaliza en acordarse dellos”, según la Cañizares. “Pasan otras cosas que, en verdad y en Dios y en mi ánimo que no me atrevo a contarlas, según son sucias y asquerosas, y no quiero ofender a tus castas orejas”.

Hay en el Coloquio repetidas alusiones a hombres convertidos en bestias, no sólo los dos perros. Un sacristán servía seis años en forma de asno; las brujas se convierten en gallos, lechuzas o cuervos; el Diablo es “mi cabrón”; la alusión a Apuleyo. Todo lo cual me lleva a sugerir, por primera vez, que las asquerosidades a las cuales la Cañizares se refiere son el contacto sexual con animales machos, tema más frecuente en la pornografía de entonces que en la de hoy.

Pero también hubo brujos en las fiestas cuya función no se especifica. Las fiestas están muy lejos de aquí, en un gran campo, donde nos juntamos infinidad de gente, brujos y brujas y allí nos dan de comer desabridamente, y pasan otras cosas, las suciedades ya mentadas.

Sólo falta la música para que estas fiestas fueran raves, grandes fiestas al aire libre, con música, baile y drogas. Y es de éstas de las que voy a hablar.

Las drogas (psicoactivas, entiéndase) son hoy tema candente, pero no lo eran en la época de Cervantes. Nada estaba prohibido. Muchas de las medicinas que hoy conocemos como pastillas producidas en una fábrica, eran entonces hierbas o cortezas, por ejemplo la aspirina.

El caballero andante tenía que ser herbolario, según Don Quijote. Cervantes poseía el repertorio de Dioscórides y, probablemente, los dos libros médicos de su padre, el cirujano Rodríguez de Cervantes (para más información, véase mi reconstrucción de La biblioteca de Cervantes). No conozco ningún ejemplo de daño psíquico producido por mal uso de hierbas, aparte otra vez la excepción cervantina; el membrillo hechizado que, por consejo de una morisca, la señora de todo rumbo y manejo, dio a Tomás Rodaja. Véase otra referencia a lo mismo en la defensa de don Quijote de la alcahuetería en I, 22.

Hay una referencia al uso del hachís por los moriscos durante la guerra de las Alpujarras en la Guerra de Granada de Diego Hurtado de Mendoza (si tuviera Internet, buscaría esta palabra en el repertorio de la Real Academia)

Es de suponer que, si se conocía allí, también se conocería en Argel; pero nunca lo he visto mencionado.

La primera referencia que conozco al uso de una droga que no sea el alcohol para divertirse o como un deleite está en la relación de la Cañizares, un uso también exento de consecuencias negativas. “Buenos ratos me dan mis unturas” –dice–. No sabe si lo que experimenta es una realidad o no: tiene sus dudas. Pero “aunque los gustos que nos da el demonio son aparentes y falsos, todavía nos parecen gustos”. Los gustos son grandes, pues “el deleite mucho mayor es imaginado que gozado”. Este último consejo lo he oído de una sexóloga moderna, no sé si Annie Sprinkle. “Las fantasías tienen más hambre que los cuerpos”.

La sustancia psicoactiva en las unturas de las brujas ha sido identificada, no me acuerdo por quien, como de la familia de la datura, sobre la cual, véase Erowid.org.

Pero ¿dónde encontró Cervantes toda esta información sobre la brujería y las unturas? De ningún libro, desde luego. La Camacho, la bruja maestra, era de Montilla, donde Cervantes pasó el invierno de 1592. Es probable que allí y entonces recogiera información; pero, de quiénes, no sabemos. Tampoco su contacto directo con el mundo de la brujería y las unturas. Pero sí tenemos aquí todavía otra primicia cervantina, el uso voluntario de una droga psicoactiva simplemente para gozar el deleite. 9-XII-2010.


CARTA SEXTA. DROGAS VIEJAS Y DROGAS NUEVAS

Y es que los tiempos adelantan, que es una barbaridad
Ricardo de la Vega, La verbena de la Paloma
       
Aquí en la cárcel el tema de las drogas es constante. Varios están aquí por venta de marihuana, cocaína (en forma de crack) o heroína. Se discuten mucho los métodos de introducir drogas en la cárcel: comprarlas a los guardas (carísimo), el beso de la novia, llevarlas en el culo, introducirlas cuando se saca la basura de la cocina…  Me parecía más un chisme que realidad pero, hace un par de días, hubo inspección de celdas y, sí, se encontró marihuana. Para mi sorpresa, apenas hay noticias de otras, aunque un “vecino” me contó que había fabricado y consumido su propio meth (meta o metanfetamina) durante veinte años, al parecer, sin consecuencias negativas.

        Igual que se puede ver el progreso de nuestra civilización en el desarrollo y difusión de las enfermedades venéreas, se puede notar también en la aparición de drogas. El modelo es el mismo; unas pocas remontan a la antigüedad: el alcohol, en forma de vino; el cannabis, aunque usado principalmente en ceremonias; el opio o algún derivado de la adormidera. Y, con el paso del tiempo, se descubren maneras de potenciarlas. El vino se destila para producir licores (el aparato ¿no lo debemos a los árboles?) Ya en fechas más recientes se extrae la heroína del opio y, del cannabis, el  hachís.

        Con los viajes de exploración y el creciente contacto de culturas aparecen nuevas drogas en Europa: de Norteamérica, el tabaco; de los países andinos, la coca, que nunca se hizo popular fuera de ellos y, del imperio otomano, el café (que al principio fue visto como peligroso y se servía en salones especiales, los coffeehouses o cafés, a los intelectuales). En el siglo XIX, aparte de la cocaína (muy usada por Freud hasta su desengaño) y la llegada del hachís a París, se elabora por primera vez una sustancia química que no se podía recoger de la naturaleza. Se trata del óxido nitroso (N2O), el primer anestésico, aunque su uso como diversión (gas de la risa) precede varios años a su uso médico.

        En el siglo XX, llegan a la cultura occidental nuevas plantas psicoactivas, sólo conocidas hasta entonces  por los indígenas: los hongos psicodélicos, la ayahuasca o yagé, el peyote. Y aparecen nuevos compuestos químicos que jamás existieron antes, al menos en este planeta: el LSD, un descubrimiento azaroso, la anfetamina y su derivado, la metanfetamina.

        Los efectos sociales de todas estas sustancias y la mejor política hacia ellas, sabrás, querido lector, son temas nada resueltos. Sobre ello y la historia de las drogas, véase el artículo “Drogas” que publiqué en 1990 en la primera Enciclopedia of homosexualists, fácilmente disponible en el Internet. El debate sobre el tema en los Estados Unidos estos últimos años es apasionante. Nótese que, aunque ha habido casos de países en que nada estaba prohibido, por falta de legislación, no me consta que desde el café haya habido una droga que, una vez prohibida, fuera legalizada para todas las edades y en todas las circunstancias.

        Yo he usado la marihuana casi diariamente desde 1992 hasta 1994; me gustó y me gusta todavía. Entre otras cosas me ha ayudado en la investigación. Me acuerdo de cómo en 1983, cuando escribía La interpretación cervantina del Quijote, la usé para resolver la aporía del significado cervantino de “historia”. La dejé de usar espontáneamente, sin causa externa, aunque de alguna forma fue por influjo de mi antigua mujer, quien de modo indirecto tuvo mucho que ver con mi desastre particular, comenzado en 2002. Volví a empezar con mi boda en 2009 una época infinitamente más feliz. Una de las invitadas llegó con una cantidad entendiendo que lo deseaba, aunque nunca se lo dije en forma clara. ¡Vaya regalo!

        Entre 1994 y 2009 hubo un cambio importante en el panorama de las drogas psicoactivas. Se enfocaba en la figura heroica de Alexander Shulgin, un químico profesional que decidió investigar todas las sustancias que afectan al cerebro. Fabricó por primera vez, si no centenares, docenas de nuevas sustancias, y las experimentó primero él mismo y luego sus amigos. Es más, publicó en sus libros PiHKAL y TiHKAL las instrucciones para fabricarlas y los efectos experimentados y puso esta información en el Internet (la EROWID.ORG mencionada en una carta anterior), junto con un repertorio creciente de informes anónimos sobre lo que sus autores habían experimentado con todas las plantas y productos químicos psicoactivos.

        Esta información está ya fuera de todo control, como Shulgin quería. Ya hay  un ejército de químicos clandestinos que siguen sus huellas, fabricando las más potentes y curiosas de estas sustancias y sintetizando otras nuevas.

        Hay más. Hasta ahora casi todas estas sustancias son completamente legales. Más potentes que la cocaína y todavía mucho más que la marihuana, su expedición por correo es indetectable. La inspección de paquetes postales sólo puede examinar una mínima parte, no sé si el 1 %. Un gramo de un producto químico en un sobre nadie lo va a examinar.Y, si se examinara, no hay test para identificar unas sustancias que, además, no son ilegales.

En consecuencia, la síntesis de nuevas drogas es más rápida que la capacidad de los gobiernos para controlarlas. Añádase que, por motivos que ignoro (si no es para burlarse de la vigilancia gubernamental) es fácil pagar de forma anónima. Lo he hecho yo.

Estamos, pues, en un nuevo mundo en que la producción y consumo de drogas está fuera de control. Quienquiera drogarse, entre ellos un servidor, lo puede hacer de forma legal y barata (las sustancias legales son, casi siempre, más baratas que las ilegales). Si quiere conocer la parte más visible de este cuadro, busque Research chemicals en Google, (si se usa el navegador Chrome de Moogle, la lengua se detecta automáticamente y se ofrece la opción de traducir el texto. El término es un eufemismo para “sustancias psicoactivas legales”). El gran problema es que, siendo nuevas, los efectos de estas sustancias no han sido bien o nada estudiados. Los usuarios pueden intercambiar experiencias en forums como Erowid y otros, pero las empresas que venden estos research chemicals no pueden incluir instrucciones o guías, porque sus productos “no son para consumo humano”. El comprador tiene que aceptar esta condición con un clic. Una ficción necesaria para las leyes, pues todos los compradores adquieren los productos para consumirlos.

Todo esto tiene más que ver con Cervantes de lo que parece a primera vista. Estaba más preocupado que nadie en su generación con la ontología. Voy a presentar el pensamiento de Cervantes en forma de preguntas a las cuales no tuvo respuestas, ni yo tampoco.

¿Qué es la realidad? ¿Cómo la conocemos? ¿Cómo sabemos que no estamos soñando?

¿Qué es la locura? ¿Cómo saber si estoy loco o no?

Si la vida de loco es placentera ¿para qué estar cuerdo? Con este interrogante se cierra La interpretación cervantina del Quijote.

Para acabar, con tu permiso, querido lector, voy a añadir algunos interrogantes de mi propia cosecha.

Si estoy triste pero con una pastilla antidepresiva me siento feliz ¿estoy feliz?

¿Existen una o varias partes de uno, o del cosmos, a las cuales sólo se acceda mediante una sustancia psicoactiva?

Si es nocivo el que un camionero use anfetaminas ¿es aceptable que la Fuerza Aérea las dé a sus pilotos?

¿Con qué son más compatibles las drogas: con las dictaduras o con las democracias? ¿O da igual?

Si con una droga no siento hambre ¿para qué tengo que comer?

Si mi gobierno es injusto y corrupto pero, con alguna sustancia, ya no me importa, ¿para qué preocuparme con cambiarlo?

Algo de eso trató Aldous Huxley en Brave New World (traducida como “Un mundo feliz”) hace más de medio siglo. No ha llegado a mi noticia ningún examen más reciente.    

10/XII/2010. 

P. D.

Hay una cuestión que iba a figurar en la lista de más arriba pero a la cual creo haber dado ya respuesta: ¿por qué tenemos los humanos tanto deseo de intoxicarnos y drogarnos? El alcohol es la gran droga hasta el siglo XX. Hasta el punto de que la invención de la agricultura, nefasto acontecimiento, según algunos, se explica por el deseo de poder fácilmente disponer de bebidas fermentadas alcohólicas.
        La explicación es que nos duelen nuestros cerebros. La inteligencia es un dolor, un cargo, una responsabilidad. Ser muy inteligente es peor todavía. Así se explican los altos índices de alcoholismo, drogadicción y suicidio entre los artistas, escritores y otras personas creativas. Por otra parte, los drogadictos suelen ser inteligentes.
        Ocurren cosas buenas en el mundo. Hay menos guerras que nunca, y habrá menos todavía. Algún día, por ejemplo, las dos Coreas volverán a unirse, como ya pasó con las dos Alemanias. También hay cada vez más y más variada sexualidad. La gente se divierte, como debe ser. La natalidad va a ser controlada en el mundo entero como ha sido en los países industrializados.

        Pero ¿quién lee el periódico y puede estar alegre cuando se ha abandonado todo intento internacional de reducir las emisiones de CO2? Ya nos espera sin duda un mundo más caliente, con más desastres naturales (huracanes e inundaciones, entre otros).

        La eliminación de especies continúa vertiginosamente como no ha ocurrido en millones de años. Las especies invasivas, introducidas voluntaria o involuntariamente por los hombres donde nunca estuvieron jamás, son imposibles de controlar. Los organismos infecciosos evolucionan mucho más rápidamente de lo que podemos combatir elaborando nuevos antibióticos.

        Los hombres realmente felices (lo ha dicho el psiquiatra Oliver Sacks) son los retardados (hombres mucho menos inteligentes que los normales). Nosotros nos medicamos como podemos.
12/XII/2010.

CARTA SÉPTIMA. ASPECTOS DE LA VIDA DE LA CÁRCEL

       
En la cárcel está prohibido a los hombres llevar sostén y bragas. Así se especifica en el Manual del interno. Supongo que algunos habrán querido usarlos, por eso la prohibición específica.

        Todos nos vestimos de modo igual, de feo uniforme verde. Las mujeres lo mismo. El motivo, como en el ejército, es evitar el uso de indicadores de status o afiliación. A mí me desorienta. Paradójicamente, son muy visibles los zapatos baratos de la tienda y la sudadera gris que nos permiten comprar. La mayoría no tiene con qué.

        Algunos llevan la camisa y los pantalones vueltos al revés como pequeño acto de rebeldía.

        No hay relojes. No nos es permitido llevar uno, pero tampoco los hay en las paredes. La única manera de saber la hora es preguntar a un guarda. Y la hora importa, entre otras cosas porque nuestros teléfonos están encendidos solo de 9’00 a 11’00, de 13’00 a 15’45 y de 18’00 a 23’30.
       
El desayuno es a las 7’15, el almuerzo a las 11’30 y la cena a las 16’30. las medicinas llegan a las 9’00, 14’00 y 21’00. Tenemos los tres recuentos formales de las 8’00, 16’00 y 00,00.

        Nos encierran en las celdas de las 00’00 hasta las 02’00. Muchas horas para no llevar relojes.

        Tampoco hay calendario. Hay que hacer el propio.

        Los funcionarios de prisión están bien pagados y son bastante profesionales. No hay ningún hijoputa, aunque algunos son más formales que otros. Un 15 % son mujeres. En general, provienen de la misma clase obrera que los internos. Varios llevan tatuajes.

        Se juega al póker, rummy, ajedrez, scrabble, monopoly y ping-pong. Yo no he jugado nunca, por faltarme con quién.

        Hay catorce mesas con cuatro sillas cada una y treinta y dos butacas de plástico. Siete bajo los seis teléfonos, las otras ante el único televisor. Al lado de este hay dos cafeteras con agua caliente para quienes hayan comprado sopas o bebidas en polvo en la tienda.

        La limpieza la hacemos nosotros, por las mañanas. Es rotatoria; hay un turno cada día.

        Por la mañana hay mucho silencio, porque muchos duermen hasta el almuerzo, cuando es obligatorio levantarse. Por la tarde, pues, hay gran bullicio.
.
        Tras el recuento de las ocho camino veinte veces la periferia del área común interior, que puede ser de quinientos metros cuadrados. Si lo hago más tarde algunos aprovechan para fastidiarme.

        El correo llega hacia las seis o siete de la tarde. Se guarda una lista de todos los correos enviados y recibidos con las direcciones. Los correos se abren ante el recluso, para verificar que no contengan drogas, armas o instrucciones para fabricar bombas.

        No hay correo los sábados. Lo echo de menos. Los periódicos sólo pueden llegar por correo.

        La lavandería llega los lunes y los jueves.

        Los recados de compras se entregan los lunes antes de las 8’30. Llegan de miércoles a viernes. Vienen de Nueva Jersey. Casi todo es de lo más barato.

        No está permitido a nadie entrar en la celda de otro, incluso invitado.

        El desayuno suele ser cereal, tostadas frías y café. Algunas veces un jugo de lata y, una vez a la semana, puede ser torrijas, panqueques o huevos revueltos. El almuerzo es sopa (de lata) y un emparedado de pan de molde, sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada, cosas que no hemos comido desde la niñez. La cena es alguna carne o pescado, casi siempre congelado, una legumbre de lata, arroz o puré de patatas, fruta de lata u otro postre parecido, leche o kool-aid, un refresco en polvo para niños. Bueno, no es ningún restaurante. Es un comedor pobre.

        Una enfermera viene con las medicinas de las 9’00 y recoge formularios rellenados por reclusos con problemas médicos. Ella decide quiénes serán atendidos por una enfermera y quién por el médico. Los medicamentos son de primera calidad. Me están dando nueve, entre ellos dos nuevos y muy caros, Abilify y Celebrex, y todo es gratis. Todos los guardias saben cómo hacer reanimación cardiopulmonar y en la enfermería hay un desfibrilador.

        Ya he mencionado al psiquiatra, al enfermero y a la trabajadora social de la unidad de salud mental.
        Hay un dentista que viene dos veces por semana. Lo único que hace, si es que hace algo, es arrancar dientes. No tiene la cárcel ninguna otra obligación, me explicó.

        13 / XII / 2010.

CARTA OCTAVA. ALGUNOS TIPOS CARCELARIOS.

        Estarás, amable lector, con ganas de saber qué gente interesante se conoce en la cárcel. Personajes de esta laya no faltan, pero no es fácil entrevistar a nadie en este ambiente bullicioso y rodeado de hostilidad para mí. Ofrezco tres que he podido conocer en momentos de calma.

Paul

Paul tiene 58 años y es el único en la B1 que ha sido mi amigo. Está en la cárcel durante treinta días por impago de 250.000 dólares que debe a su segunda mujer de pensión a sus hijos (además de 150.000 a su primera mujer). Este dinero no se pagará nunca. No ha trabajado en nueve años, ocho de ellos por cuidar a su madre, que padece alzhéimer. Sigue viviendo en la casa de su madre. Se calienta con leña que corta él mismo y cultiva su propia marihuana. No está triste, pero tiene el aspecto de un hombre roto por sus circunstancias. Estudió Teología y Trabajo social. Tuvo un empleo bien pagado como consejero matrimonial, pero lo abandonó por considerarse no apto para aconsejar a nadie al deshacerse su segundo matrimonio. Ha trabajado en la construcción. Sus cuatro hijos ya pasan todos de los veintiún años. Le han quitado el carnet de conducir por el impago de la pensión.

Dale

        Dale es de Louisiana y tiene 51 años. Sus peripecias legales nunca las pude entender con claridad. Ha estado en prisión y va a volver a prisión, pero no sé por qué. Me dijo que el alcohol le había jodido la vida. Era trabajador del acero en la industria petrolera y estaba orgulloso de haber hecho “el trabajo de un hombre” desde los quince años.
       
Porque su padre también trabajaba en el petróleo: había vivido de niño en Irán. Preguntándole qué le gustaba de Irán, me contestó que se podía comprar cualquier cosa en una farmacia “con tal de que sepas su nombre”. Comenzó a fumar marihuana a los doce años y lo hace todavía, los días que no pasa encarcelado. Ya no toma ninguna otra droga, aunque antes había consumido hongos, cocaína, crack y meta crystal.         .

Dale es el que desde los 25 a los 45 años se fabricó su propia meta. Le pregunté si había sido un problema su dependencia y dijo que no.

        Lleva una gran cicatriz en el pecho de una operación de sustitución de válvulas cardiacas. Tiene que analizarse la sangre cada mes y tomar una dieta blanda.

Carter.

        Lo que más destaca de Carter, de 19 años, es el amor que tiene por su hijo de seis meses. Tiene su nombre y las impresiones de sus plantas tatuadas sobre el corazón. “No así la madre de mi hijo” (así la menciona siempre, sin dar su nombre, añadiendo epítetos como puta y otros).

        Fue campeón del estado en BMS (motocross de bicicleta) a los 12 años. A la misma edad hizo el amor, o folló, por primera vez. Su hermano le introdujo en la marihuana a la edad de nueve años. Comenzó a fumarla diariamente a los once. Su madre se enojó y lo mandó a una casa para jóvenes indisciplinados; gracias a ello pudo conocer, a los 13 años, la cocaína.

Quiere una novia delgada y fiel. Me dijo que le gusta hacer el amor desde atrás. Está preso por conducir borracho y sin licencia creo que un coche robado, puesto que rompió la ventanas y debe por ello novecientos dólares.

        Su mecenas es Bob, a quien no pude conocer bien, aunque me pareció el tipo más peligroso que he conocido aquí. Estando yo en la 122 de A-3 y Steve en la 121, Bob llegó a la 120 y pronto me separaron de ellos para protegerme. Bob tiene un larguísimo historial criminal. Le gusta tomar varias dosis de LSD a la vez, poniendo una en cada ojo para que la droga entre directamente al nervio óptico. Le dije que, por lo que sabía, esto era anatómicamente imposible.

CARTA NOVENA. EL TRIUNFO Y EL FRACASO DE MI CARRERA

Why should we be in such desperate haste to succeed, and in such desperate enterprises.

Thoreau, Walden.

Como investigador, hispanista y cervantista, tengo cierto relieve. He podido publicar cuanto he escrito, aunque en España a veces en inglés, para que no recibiera un escrutinio detallado o, en Estados Unidos, en publicaciones cuyos editores apenas sabían nada sobre España. He identificado al famoso Bernardo de Cervantes como su perdido proyecto de escribir un libro de caballerías nacional. He fomentado mucho el estudio de los libros de caballerías, que ahora examina y edita una generación de jóvenes investigadores. Por vez primera he desvelado el significado de una obra de Falla: qué se hacía de noche en los jardines de España. He puesto en tela de juicio la definición menendezpidaliana del romance. He reconstruido, hasta el punto que permiten los datos, la biblioteca de Cervantes. Por último, he protestado por la glorificación de 1992, recordando el desastre que representa tal fecha para España, y he intentado definir míticamente la España verdadera: la del Califato y los reinos de Taifas, tolerante,  sabia y sensual.

        Quien quiera leer estos y otros estudios míos, los puede encontrar en mi página, http://users.ipfw.edu/jehle/deisenbe.

        Lo único que no he podido publicar sino por mi cuenta es la herramienta más necesaria de todas, un libro que enseñe a los anglohablantes cómo leer el castellano. La lectura es el cimiento de todo verdadero conocimiento lingüístico porque, si no se entienden las palabras del papel, ¿cómo se podrán entender las habladas? ¿Para qué formular las preguntas si no se pueden entender las respuestas?  El libro contiene cosas que no he visto en ninguna parte, como un índice alfabético de desinencias verbales. Pero no tiene que ver con ninguna asignatura universitaria que tenga mucho estudiante, ni con colección alguna de didáctica, y nadie se interesa por él.

        Se me olvidó: Byrne Fone me ha llamado “fundador de los estudios gay en España”. Pero mi Historia de la homosexualidad en España no ha podido traducirse y editarse en España hasta ahora.

        Sin embargo, mi carrera de profesor ha sido, no un desastre, sino mucho menos de lo que se me pronosticaba al principio. A los veintitrés años, en lo que era mi primer trabajo, en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, me hicieron un contrato por tres años y al año y dos meses me comunicaron por escrito que no se renovaría. Escribí dos escritos de protesta inútiles, uno por año. Contrataron luego a Frank D., que tuvo el éxito que yo no conseguí.

        Me marché al City College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, contentísimo y con una subida de sueldo del 40 %. Pero, en medio de la bancarrota del Ayuntamiento, se extinguió la plaza. Se restauró gracias a una protesta de antisemitismo, pero se me advirtió de que, al año siguiente, se amortizaría de una vez por todas. Mientras tanto me había presentado a cuantas vacantes había, y conseguí una de rango superior como profesor asociado en la Universidad Estatal de Florida, no de décima, aunque sí de segunda categoría; allí conseguí la permanencia, el ascenso a profesor y, por fin, un bonito diploma sin significado que me nombraba “Profesor distinguido en investigación” (a los distinguidos en docencia les subían los emolumentos, no a los distinguidos en investigación). Y allí me quedé durante veintidós años, con algunos aspectos buenos y momentos bonitos, pero en un aislamiento geográfico e intelectual terrible. Un oasis liberal en medio de una vasta comarca inculta, antaño esclavista.

        De ese lugar me dijo mi mejor amigo, aunque no a la cara, que no saldría nunca y moriría allí. Y una amiga, esta vez a la cara, que debía contentarme con lo conseguido (aunque ganaba el doble que este humilde servidor). Me presenté a una larguísima serie de lo equivalente a oposiciones en España. Fui entrevistado para algunas, aunque sin éxito. Por fin me di cuenta de que, como hispanista, mi carrera de profesor había llegado a su ápice y nunca podría trasladarme como tal.

        Este estado de cosas no lo he terminado de entender incluso hasta hoy y dudo ya que haya quien pueda explicármelo a fondo. En parte por no allanarme a la vida y vestido tradicionales en un profesor, y en parte por no callar y unas reseñas negativas de un libro sobre Poeta en Nueva York que dejaba en ridículo, tal y como merecía, al editor oficial de la familia Lorca. Por publicar textos sin permiso (no me arrepiento), o por fundar y dirigir, sin subvención alguna, una revista filológica (lo que es ganarse amigos principiantes y enemigos poderosos); por no ser hispano; por ser judío. Tenía una fama terrible, eso sí, que se extendía a ser mal profesor.

        Esto creo que tampoco lo merecía. No era el mejor profesor del departamento, en Tallahassee, pero ni por mucho el peor. Pero sí es un hecho que la enseñanza de clase no me daba mucha satisfacción. La enseñanza a otros investigadores, eso sí, al mundo del hispanismo en general, pero no enseñar a los jóvenes qué cosa era la picaresca según libros con los cuales no estaba de acuerdo. La clase que más me gustaba era Español II, la lengua básica, donde no tenía que decirles que algo que habían aprendido de un colega no era del todo correcto. Y lo que hacíamos era espiritualmente corrupto: no preparar a los estudiantes para los trabajos que había. Los preparábamos para trabajos inexistentes, porque así los profesores podían enseñar las materias que les gustaban a ellos.

        Si quieren saber más de este periodo de mi vida, en la página mía aludida léanse “In Tallahassee”, donde comparaba la universidad con una película de Fellini, o De Tallahassee a Montgomery”.

        Lo que me gustaba y en lo que sobresalía era en investigar. Pero no hay trabajo para investigadores sino a muy corto plazo y sobre temas muy restringidos. Nadie les paga el jugar, y eso es lo que era investigar sobre lo que me diera la gana.  Es como ser actor de porno: tantos lo quieren hacer que se paga poquísimo o nada.

        En fin, tuve que cambiar mi carrera y presentarme como administrador (jefe de departamento) y a lugares tan remotos que no hubieran oído el chisme, y tenía que dejar la revista que, aunque me daba prestigio, imposibilitaba mi traslado. Entonces, tras unas entrevistas en universidades de tercera clase, gané la jefatura en la North Arizona University, un puesto tan indeseable, por no decir imposible, que casi nadie se presentó. Fueron dos años horrendos en que la decana incumplió lo que me había prometido cuando me ofreció el trabajo. Pero pude aprovecharme de lo que aprendí allí sobre educación a distancia para ganar un puesto administrativo en una institución por entero de este tipo, el Excelsior College. Allí me quedé cuatro años y medio hasta mi debacle legal en 2003.

        Desde entonces he trabajado brevemente ocho dólares la hora como ticketmaster, vendiendo entradas de deportes y espectáculos en Broadvay. Desde octubre de 2003, salvo un año que trabajé para el estado de Nueva York,  ganaba  entre diez y catorce dólares la hora como consejero de la empresa privada EDIF, que se encarga de conseguir financiación para los estudios universitarios. Con esto disfrutaba muchas veces intensamente, porque podía ayudar a escoger atinadamente la universidad apropiada a los jóvenes y a sus padres, muchos de ellos hispanohablantes, aunque, sobre todo, se trataba de ayudarlos con los harto complicados trámites para conseguir la amplia ayuda que hay en este país para costear dichos estudios.

        Dejé de trabajar allí cuando entré en la cárcel.


CARTA DÉCIMA. POR QUÉ ESTOY EN LA CÁRCEL.

Quien canta sus males espanta.

        A la manera de un galeote, estoy en la cárcel por hacer el amor a mi mujer. Y tú, lector o lectora amabilísimos, podrías pensar: “¿Se puede ir a la cárcel por esto?”. Tú también podrías, si bien eso no es lo que vuestra merced piensa.

        Además de ser aficionado y experto historiador de la pornografía, soy un adicto, un adicto al sexo. Ha sido parte de mi sexualidad desde los catorce años y, pasados otros cincuenta más, esto no va a cambiar ya, aunque lo he intentado consultando terapeutas sexuales. Sin pornografía, soy impotente.

        Pero la pornografía me estaba prohibida hasta 2013 a causa de las condiciones regulatorias de mi libertad, concedida el 2003. La lista de condiciones ocupa tres páginas. Intenté cambiarlas, pero sin éxito. Pregúntate, lector, qué harías tú, ya casado en 2009, y a quién estaba perjudicando si yo y mi mujer, o yo solo, miraba porno. ¿A quién hice daño? Me imagino (no lo sé, y no hay a quién preguntar) que era para “curarme”, y también porque, en opinión de alguien, yo era, o podría ser, una bomba que con tal mecha saldría para violar a vecinas o vecinos.

        Ya que incumplía esto me parecía superfluo cumplir con las demás condiciones. Y también entran en la danza dos exámenes polígráficos (el famoso “detector de mentiras”), cada uno de los cuales me costó  cuatrocientos dólares, en efectivo y antes del examen. Uno fue en 2006 y el otro en 2008, es decir, mucho antes del incumplimiento aludido. Debiera haber sido aprobado, pero quedé suspenso en ambos. Ese fue factor añadido a mi decisión de dejar de cumplir, pues, si intentaba cumplir privándome de muchas cosas y el resultado era dos “suspensos”, ¿para qué?

        Estos resultados, que no pueden presentarse en ninguna corte de justicia, porque no son fiables, provocaron con todo la rabia del encargado de custodiar mi libertad condicional, a quien quiero mucho, porque es una buena persona.
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        Siguiendo su deseo, un urólogo implantó en mi brazo un medicamento que suprimió totalmente mi producción de testosterona durante un año, otra vez para quitar la mecha de la bomba (esta medicina se emplea en casos de cáncer de la próstata).

        En 2008 ya estaba harto. No aguanté más. Yo y mi novia, ahora mujer mía, nos divertíamos de verdad como nunca en veinticinco años. No nos arrepentimos de nada.

        Pero dicha buena señora tenía el derecho de entrar en nuestra casa sin aviso previo, lo cual había hecho dos veces, sin conseguir nada sino desperdiciar su tiempo y el nuestro. Pero la tercera vez, a finales de octubre, frustrada porque no encontró nada en los ordenadores, comenzó a abrir armarios. Encontró la porno no muy escondida. Ya entiendes, buen lector, por qué estoy en la cárcel.


CARTA UNDÉCIMA. MI CRIMEN

        Mi pesadilla comenzó en julio de 2002 cuando recibí una llamada de un policía estatal diciéndome que tenían mi ordenador. Los había llamado el taller donde lo había dejado para una reparación. Tras un examen a fondo en el laboratorio de la policía, encontraron ciento treinta fotos pornográficas de menores de edad, creo que de 12 a 16 años. De estas fotos arrancó todo.

        No lo volveré a hacer y tendré más cuidado en el futuro. En el ordenador había más de cien mil fotos pornográficas, la mitad de las cuales no había visto ni una sola vez. Por eso no sé qué fotos eran.
       
Ninguna de estas cien mil fotos era comprada.

        Todas, y muchas más, están en Internet gratuitamente para quien las quiera recoger.

CARTA DUOCÉDIMA. NO HAY MAL, QUE POR BIEN NO VENGA.

        Caminante, no hay camino:
    se hace camino al andar.
        Antonio Machado

        Debido a esta catástrofe de 2002-2003, he hecho unos cambios importantísimos en mi vida.

        Lo primero me separé de mi antigua mujer, quien no me amaba pero, por inercia, no iba a hacer nada. Yo estaba bajo su influjo y manipulación, y tampoco hubiera hecho nada.

        Acto seguido (pues una cosa es estar divorciado a los treinta y cuatro años y otra a los sesenta) descubrí a una divorciada encantadora que me quiere como nadie me ha querido en la vida, y yo a ella. Nos casamos en 2009 y estamos mucho más que felices. Mi amor por ella está documentado en el tatuaje de mi brazo izquierdo que figura en portada y contraportada de este libro.

        Dejé un trabajo más o menos bien pagado, pero aburrido, donde no hacía nada importante ni interesante, al menos para mí. Conseguí otro trabajo en el cual no gané ni la mitad, pero en el cual realmente ayudaba a familias necesitadas.

        Por tres años, y por primera vez en la vida, viví la vida que quería vivir. Fui yo (y sé quién soy).

        Me ha dado también la ocasión de escribir este libro.

        Si todo eso conlleva un poco de tiempo en la cárcel, valió el precio.

        Nada de eso hubiera ocurrido sin el “desastre” de 2002-2003”: nada.

        Esta última fase, en que mi liberad condicional ha sido revocada y me encuentro en la cárcel, también ha tenido sus consecuencias positivas. Mi mejor amigo desde hace muchos años, ofendido por algo que escribí, lo ha olvidado y me ha ayudado como nunca. Ha habido mucho apoyo de la comunidad, y se revela cuántos cuentan con un pariente que ha tenido una experiencia semejante. Mis hermanos me han apoyado más de lo que esperaba. Mi encantadora mujer me ha dicho que, pase lo que pase, no dude de ella. Y he adelgazado.

        No hay mal que por bien no venga.

CARTA TREDÉCIMA. CERVANTES, MÁS QUE DESTERRADO,
CAUTIVO Y ENCARCELADO.

        Cervantes, único en tantas cosas, lo es también en su aislamiento y falta de centro. No se ha reconocido todo lo que le ha faltado a Cervantes: a qué atenerse, en suma.

        Desterrado de su país de origen, adonde no volvería por unos quince años, pero sin otro país en que establecerse, como Italia, no abandonó mentalmente su concepto de sí mismo como español y, al parecer, siempre pensaba en volver.

        Para poder volver cambió su nombre, eliminando el Cortinas de su madre y adoptando un disfraz, Saavedra, sacado del aire, o quizá para sugerir un parentesco con otro Cervantes Saavedra que no tenía.

        Su cautiverio en Argel lo sabemos todos, si bien está lejos de conocerse a fondo. Por mencionar un solo detalle, el llorado Carroll Johnson, en Translitering a Culture: Cervantes and the Moriscos, libro inacabado y póstumo que Tom Lathrop tuvo la cortesía de enviarme, extrae de la Información de Argel que Cervantes hacia un trato, un negocio, en ayudar a caballeros “principales” a escaparse del cautiverio.

        El encarcelamiento, al menos el principal, en Sevilla, está relativamente bien documentado. El otro, en Castro del Río, no es sino signos de interrogación. ¿Cuánto tiempo? ¿Dónde estuvo la cárcel? ¿Cómo y cuándo salió? Pero aún más, mira cuántas otras cosas todavía le faltaron a Cervantes.

        No tenía una casa paterna adonde volver que le sirviera de áncora firme. No se sentía a gusto en Alcalá de Henares. No la menciona nunca, sino para repetir el chiste del número excesivo de estudiantes de medicina (espero que esté en Cervantes, no estoy seguro).

        Ningún personaje suyo es de allí ni estudia allí.

        De la familia de su madre apenas sabemos nada; de la de su padre sí: eran andaluces, pero tampoco su abuelo tuvo una casa fija, ya que se trasladaba a menudo a causa de sus diferentes cargos (lo hemos estudiado en 1997 Chris Sliwa y yo). El más asentado fue un tío, alcalde de Cabra (Córdoba) durante muchos años.

        Así que sus antecedentes no le proporcionaron un “punto fijo”. Tampoco su mujer: un matrimonio estéril, probablemente infeliz, que no respondía a sus fantasías. Vivir en la ancha casa de aldea de su mujer en Esquivias (no la casa ridículamente designada allí como de Cervantes) no era de su agrado. Casas alquiladas, pequeñas, en Valladolid y Madrid, eran todo lo que tenía al final de su vida.

        Hay más: sus trabajos ingratos y difíciles de comisario y recaudador le llevaron por gran parte de Andalucía. Y un trabajo final de que tenemos noticia, por más que indirecta, lo de la banca en Valladolid, lo avergonzó tanto al parecer que nunca lo mencionó.

        Al menos en teoría, a qué se podría atener Cervantes era a la clase de los cristianos nuevos. Todo esto, sobre todo sus trabajos y sus constantes viajes, eran algo en todo típico y tradicional entre ellos. Pero era una clase en gran parte sin conciencia de serlo, y sin comunicaciones internas (véase mi ponencia “La actitud de Cervantes hacia sus antepasados judaicos” en el coloquio Cervantes y las religiones Jerusalén. 2005).

        Aquí me disculparás, lector amable, si señalo que tampoco tengo un lugar de donde “soy”. Existe un pueblo donde me crie hasta los dieciséis años, pero no he tenido contacto con él desde hace casi cincuenta años. Mis abuelos paternos son de Brooklyn; los parientes de mi madre, de Michigan. Ninguna casa paterna. De mis hermanos, repartidos por todo el país, ninguno quería vivir cerca de nuestros padres. A la ciudad de Nueva York es a la que más vínculo emotivo tengo.

        Cinco trabajos académicos por todo el país (cuatro mudanzas), ninguno realmente grato. Dirigí dos revistas; he publicado mucho y en varios campos, pero soy impresentable a un trabajo universitario, aun si no estuviera en la cárcel.

        Y ¿soy judío de verdad? ¿Según quienes? Se determina por la madre. Mi madre nació católica y se convirtió al Judaísmo cuando se casó con mi padre. Pero el rabino que la convirtió era un rabino reformista, y por ello jamás la aceptaron mis abuelos paternos.

        Dicho sea de paso, mi abuela materna, nudista y sindicalista, se convirtió al Catolicismo desde el Protestantismo (mi madre no sabía de qué variedad).

        Hasta ahora no sé si el estado de Israel me reconocería oficialmente como judío, y en Israel hay una horrenda división entre las diferentes variedades de Judaísmo, sin ningún respeto mutuo, hasta el punto de que se ha llegado a hablar de una posible guerra civil,

        Pero tengo una herramienta de que Cervantes no disponía: el divorcio. La he usado tres veces. Ahora, aunque ya no tengo casa propia, es nuestra la casa de mi mujer y soy el señor de la casa. Con ella -mi cuarta mujer, di lo que quieras- he encontrado la amistad de toda la vida que tanto anhelaba Cervantes (véase mi “La supuesta homosexualidad de Cervantes”). Gracias a él la aprecio más. Es un tesoro sin precio.

        12/XII/2010.



Envío.

Es mi primera experiencia en escribir un libro a mano, y ha resultado mi libro más corto. También es la primera vez que escribo nada sin disponer de una biblioteca, pero no ha ido mal. Imitaré en otra ocasión a Cervantes, “poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos”.   Vale

CARTA DECIMOCUARTA. LAS ORGÍAS DE ARGEL.

La cultura musulmana de todos los tiempos ha sido sexualmente tolerante. Las cuatro esposas estaban muy en la mente de los cristianos que tenían contacto con noticias de este mundo del sur. El varón fácilmente se divorciaba de quien no le gustara. Podía hacer lo que le diera en gana. En todo caso, y para las mujeres también, el deseo sexual era un tipo de hambre. Al igual que el hambre de comida, hay que satisfacerla, y cuanto antes. Como en el Judaísmo, la abstinencia y el celibato nunca eran virtudes.
        Aquí, querido lector, voy a contarte mi experiencia directa con la sexualidad musulmana. Fue en Túnez, el año 1966, y era parte de un viaje épico en coche desde Lisboa al Cairo, imposible de hacer hoy a causa de la frontera cerrada entre Argelia y Marruecos. El país que más me gustó fue Túnez y nos quedamos allí tres semanas. Tras visitar las ciudades de Túnez y la Goleta, escogimos como base la capital religiosa Kairuán. Nos hicimos amigos de unos maestros que hablaban francés.
        Ellos nos enseñaron la putería de Kairuán, al lado de la Plaza mayor. Una calle tenía la entrada cerrada por dos muros en forma de burladero:



        Cuando se entra se ve una fila de unas doce casitas, cada una con su puta. Las tres últimas acogían a mujeres bereberes gordas, de apariencia en todo distinta a las árabes.
        Dos hablaban francés y estuvieron más que dispuestas a enseñar su cuadernillo sanitario, sellado cada semana por un médico con un “sana” (en francés).
        Mi compañero de viaje y amigo John C. se quedó con una de ellas.
        Yo tuve mi ocasión a los pocos días, cuando fuimos con dos de las maestras a visitar la capital. Nos llevaron a dos casas de putas y voy a descubrir la mayor, de que me acuerdo más. Tenía forma de corral o fonda. En el centro había un escritorio enorme, de madera maciza, que debía haber servido antaño para otra función. La “señora” estaba sentada en el escritorio (fácilmente habrían cabido tres) vendiendo fichas. En unas barandas estaban, de pie, todas las mujeres disponibles en ese momento, vestidas solamente con bragas de varios colores.
        Las fichas tenían dos precios, un 1’40 para los árabes y 3’50 para los europeos. Con la ficha se compraban veinte minutos con cualquiera de las mujeres.
        Pedí la explicación de los dos precios y uno de los amigos maestros nos lo explicó. Los árabes, aunque tenían derecho a los veinte minutos, solían acabar mucho más rápidamente. Este dato hasta hoy no lo entiendo.
        Pagué los 3’50 y escogí una de las mujeres. Me desnudé, lavó mi pene con agua enjabonada en un bacín y lo miró de cerca. Satisfecha, procedimos en la cama. Sin embargo, como no pude comunicarme con ella, no pude hacer nada y salí para reunirme con  mis amigos inglés y tunecinos en la calle. Era la primera vez, a los 19 años, que intentaba hacer el amor. Pero no me desanimé.
        Después hablamos de lo caras que eran las putas en Estados Unidos y cómo generalmente recurríamos nosotros a la masturbación. La opinión de los tunecinos fue que eso era sale (sucio).
        Volvamos a Argel, que en el siglo XVI se convirtió en el refugio de los europeos que hoy llamaríamos gays, una ciudad remota comparada con Túnez o Tánger. Allí acudían los europeos con problemas legales o que simplemente querían divertirse de maneras casi imposibles o imposibles del todo en Europa. Convertidos al Islam, formaban la poderosa clase de los renegados (de la religión católica).
        Estos europeos, bien descritos por Cervantes sobre todo y por Diego de       Haedo (¿Sosa, Cervantes?) en su Historia de Argel, dominaban el gobierno argelino, o lo que hubo de él. No había ningún control externo sobre la moral o “las costumbres”; según un eufemismo usado en la época. Al Imperio Otomano no le importaba nada lo que se hacía sexualmente en Argel; lo mismo se hacía en su capital.
        Con los materiales que tengo (el ejemplar del Quijote), sólo puedo ofrecer una cita: “Entre aquellos bárbaros turcos [renegados argelinos] en más de tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea” (II, 63)
        Hay un detalle importante que falta en las descripciones de la vida sexual en Argel (donde, dicho sea de paso, se hacía el amor en la calle y fue bien visto, según “Haedo”, véase mi “¿Por qué volvió Cervantes de Argel?”) Los muchachos y mujeres (nótese como faltan las niñas) con quienes los renegados querían divertirse no eran los naturales, los argelinos. Eran los cristianos capturados. Mucho más morboso; eran más cultos y podían comunicarse.     
        Ahora bien, siempre que los hombres pueden vivir la vida que realmente les gusta, sin control eclesiástico, civil o mujeril, tienen fiestas sexuales y se aprovechan de los cuerpos (ajenos) de que dispongan. Se ha visto repetidas veces en la historia humana y, en los últimos siglos, en tiempos de guerra o dictadura.
        Es frecuente el follar en grupo, con uno o varios compañeros. Igual que la risa, que es contagiosa, ver follar a otro es pornografía a lo vivo. Se estimulan mutuamente los hombres de una pandilla. También, a juzgar por conductas en periodos más recientes y mejor documentados, habría variedad de parejas (es entonces,  creo, cuando la palabra “harén” pasó de describir la parte doméstica, íntima de la casa, a significar la colección de mujeres -o niños- disponibles). O varios hombres con una sola mujer.
        Si este sexo en grupo no es orgía, no sé lo que es.
        Dicho sea de paso, las enfermedades venéreas estaban mucho menos desarrolladas que hoy. La gonorrea o gota es la única que remonta a la Antigüedad. Una enfermedad nueva, la sífilis (nombre derivado de un poema pastoril italiano), de origen controvertido, ha sido muy estudiada y no voy a detenerme en ella aquí. Sólo quisiera señalar que sus efectos tercianos, cuando remeda a otras enfermedades y puede ser mortal, eran entonces desconocidos. La difusión de una nueva enfermedad venérea refleja mayor actividad sexual y un mundo más agitado. Es más, como el siglo XX ninguno, en cuanto enfermedades de transmisión sexual.
        En resumen, Argel era la capital sexual del mundo en la segunda mitad del siglo XVI. En Constantinopla y en algunas culturas asiáticas también había mucha libertad sexual, sobre todo si se compara con la España de la época. Pero lo que faltaba en estas culturas eran los renegados, que eran fundamentales en el desarrollo del libertinaje argelino. Argel era el ghetto gay de Europa.
         ¿Tenía noticia Cervantes de las orgías de Argel? Sin duda. Tenía contacto con renegados y nada era secreto. Hay alusiones en sus obras.
        ¿Participaba en ellas? No, en absoluto. Las noticias pueden haberle estimulado alguna vez. Pero se trataba de víctimas de piratas llevados adonde no quisieron ir, vendidos como esclavos. Como ocurre siempre con la esclavitud (y digo “ocurre” porque todavía existe), se follaba o hacíase lo que se hiciera sin consentimiento de ambas partes. Es decir, se trataba de una violación, probablemente de una doncella o acaso de una mujer casada. No cuadra en absoluto con mi imagen de Cervantes, tan consciente de las cuestiones éticas, que hubiera participado ni incluso contemplado tal brutalidad.
        La cuestión de los mozos o muchachos es más compleja. Consta en Cervantes, y fuera de él, que al menos algunos mozos se divertían muchísimo con los lujos, halagos y atenciones sexuales de los renegados (véase “¿Por qué volvió Cervantes de Argel?”). Tampoco habrá sido aceptable para Cervantes. Porque violaba la “ley natural” que gobernaba el uso de los órganos genitales. Porque cada mozo “perdido” de esta manera conllevaba la consecuencia de una mujer sin marido. Porque la Biblia lo condena en el Leviticus. Porque era contraria a la política y cultura de la nación española. El deseo de Cervantes de volver a España implica que aceptaba, en términos generales, esta moralidad.
        ¿Orgías en Argel? Sin duda alguna. ¿Sexo homosexual? Muchísimo. Los visitantes europeos lo comentan repetidas veces, hasta el siglo XIX.
¿Sexo cervantino en Argel? Ninguno. No había con quien hacerlo ni por qué, según sus principios. En cambio, la historia del cautivo puede haber sido una fantasía suya. Una joven hermosa y rica, cristiana secreta, a quien rescatas y llevas a España para casarse allí. A una vida matrimonial desastrosa, según Ruth el Saffar, basada en todo menos comunicación. Igual que la del mismo Cervantes, quien intentó hacer con Catalina de Salazar lo que no pudo con ninguna hermosa Zoraida.

CARTA DECIMOQUINTA.
A PESAR DE MÍ MISMO, SOY HISPANISTA Y CERVANTISTA.

        Querido lector, hemos llegado a un final. Por penúltima vez nos separamos. Todavía en la cárcel, esta es la última carta de mi penúltimo libro.
        Me ha sorprendido hasta qué punto estoy empapado de la historia, cultura y literatura españolas. Han ocupado de una manera u otra mi vida desde los diecinueve años, cuando estudié el curso para extranjeros de la Universidad Complutense de Madrid. El 95 % de mis escritos trata sobre España y los españoles.
        Y esto cuando pensé que esta etapa se cerraba y se abría otra, dedicada a diferentes cuestiones; cuando incluso vendí la mayor parte de mi biblioteca, pues estaba en cajas y no la usaba.
        Pero, llegado a un momento de crisis, ¿a qué y a quiénes me atengo? Si me encuentro en la cárcel, ¿en quién pensar sino en Cervantes, el más grande campeón de la libertad que hemos tenido jamás? ¿Qué poema se me ocurre sino “Por mayo era, por mayo”, puesto en música por Joaquín Rodrigo? ¿Qué libro más que ningún otro quiero en la celda que pueda abrir al azar y encontrar algo deleitoso y provechoso?.
        Si tengo que escribir, para aliviarme y ver las cosas en lo claro que se pueda, ¿para qué escribir en inglés? Me leerían cuatro gatos. En inglés no soy nadie. En español soy un hispanista.
        Y me propongo continuar escribiendo en español. Me quedan Covarrubias, el Diccionario de Autoridades, el diccionario electrónico de la Academia, ya en Internet, la Silva de varia lección, la Crónica del rey don Rodrigo, las obras de Cervantes…
        ¿Qué escribo? Una carta de EE.UU. regular, como he pensado muchas veces? ¿Quién la publicaría? ¿Mis memorias? ¿Una historia de Granada y lo que ha representado? Muchos españoles no saben que, bajo Carlos V, Granada fue capital de España. Fue el austero Felipe II quien escogió Madrid para capital y construyó el frío Escorial como respuesta a la Alhambra.
        ¡Tantos temas candentes! ¡Qué ganas de salir de aquí!